lunes, 6 de junio de 2011

End titles, please.


       No era el mejor lugar para morir. ¿Acaso existe? Tumbado en la arena, con los ojos entreabiertos miraba el indiferente vaivén de las olas y dejaba a su conciencia mezclarse con sus susurros.

Los recuerdos, como las gaviotas que observaban desde la altura de su vuelo aquella tarde de verano, lo sobrevolaban y gritaban de rabia e impotencia.
  …Ahí está su padre, en el pasillo, boca abajo y con una botella debajo del sobaco. Nochebuena. Su madre sonreía y escondiendo las lágrimas cortaba el pastel. La luz de dos velas….Y ahí está con su primera chica. Su mirada, asustada y ansiosa. Música.  Los músculos se contraen. Felicidades campeón… Aquella frase de un viejo amigo que jamás comprendió: “Nuestra venganza será vivir”…Demasiados recuerdos. Demasiadas preguntas. Demasiadas horas de espera.

        Se equivocaron. Se equivocaron todos. ¿El bien supremo? ¿Dios? ¿La verdad? …¿Y qué más da todo eso si uno no los quiere? Estamos vivos, es un hecho. ¿No debería ser la primera pregunta de toda reflexión filosófica? Vivir o no vivir. Esa es la cuestión. 

       Será verdad eso de que sobrevive el más fuerte, el que es capaz de llevar el pesado tatuaje de la existencia, sin hacerse demasiadas preguntas y respondiendo a las que le surjan. Él no fue capaz, no superó la prueba y como a muchos otros el peso de la razón le llevó a un lugar alejado, con cincuenta y seis cápsulas de Prozac y una pequeña cantimplora de whiskey. 

      Todo está en las manos del hombre, por eso hay que lavárselas más a menudo.

      La marea subía pero no tenía ni fuerzas ni motivos para moverse. Nauseas.  Un minuto más y no se diferenciará el líquido espumoso que se escapaba por el filo de su boca, de la espuma del mar blanca y salada como las lágrimas que no llegaron a derramarse.

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